Un hombre corre por la calle, al tiempo que grita como un desaforado, pero las llamas lo cubren y nadie puede entender las palabras que pronuncia.
- ¿Qué dijo? – Pregunta un anciano sentado en el banco de la plaza, a otro anciano que se encuentras junto a él.
- ¿Qué dijiste? – Indaga el segundo anciano, colocando un cono de metal en su oído, para escuchar mejor.
- Nada. – Dice el primer anciano, comprendiendo que jamás obtendrá una buena respuesta.
Ambos ancianos se quedan allí, sentados, mirando el mundo pasar frente a sus ojos, mucho más rápido de lo que ellos pueden llegar a advertir.
Un perro callejero se acerca a los ancianos y se echa al suelo, frente a ellos.
- Ese si que no tiene problemas. – Dice el segundo anciano, señalando al perro.
El perro levanta una oreja, abre un ojo y mientras pispea de reojo al anciano, se rasca la cola y le lanza unas garrapatas a la pierna.
- Te pasa por viejo botón – dice el perro en idioma canino, sabiendo que los humanos no van a comprenderlo. – ya vas a ver cuando muerdan, si tengo problemas o no.
El perro se levanta ofendido y camina muy tranquilamente hasta la esquina, pero de pronto ve un gato y comienza a perseguirlo.
El gato ve como un gran perro marrón se le viene encima y se lanza en una carrera desenfrenada, para salvar la vida.
El gato es mucho más rápido y más pequeño que el perro, pero el canino no le pierde pisada.
El anciano comienza a rascarse la pierna, el hombre cubierto de llamas pasa nuevamente frente a ellos, pero tampoco logran entenderlo.
El gato llega hasta un árbol, trepa sin peligro y se esconde entre las ramas. El perro se queda abajo, ladrando insultos en su idioma.
El gato camina por una rama y encuentra un nido de pajaritos, con tres pichoncitos.
El felino mira hacia el cielo y le agradece al dios de los gatos, luego se relame y se acerca al nido.
El mundo se detiene por un minúsculo instante. La parca se acomoda el cuello, entrelaza los dedos, los estira y tras sonar todos sus nudillos, agarra la guadaña y sale.
- Hora de trabajar. – Dice.
El mundo sigue su curso, un poco más rápido que antes.
El gato levanta la pata derecha y saca las garras. Un pájaro golpea el costado de su cuerpo, tras lanzarse como un piloto kamikaze, al grito de “Banzai”. El gato cae desde el árbol al suelo, pero lo hace de pie, porque es gato. El perro se le lanza encima, el gato lo esquiva, el perro ataca otra vez y lo alcanza, llevándoselo a la rastra.
El viejo se levanta apurado, mientras las garrapatas le devoran la pierna. Comienza a golpear sus extremidades con el bastón y con el cono de metal para escuchar mejor. El impulso, los nervios y la desesperación lo llevan hasta la mitad de la calle, donde un hombre cubierto por las llamas se lo choca y los dos van a parar al suelo.
Los tres pajaritos ven como su madre quedó mareada por el golpe y se preocupan por ella. La mamá pájaro abre las alas y como borracho que divisó un colchón, se lanza de cabeza. Los pichones creen que es su primera lección de vuelo y la siguen.
El primer anciano, que aun estaba sentado en el banco, recibe un pedazo de gato en el regazo, mientras que el resto del felino trata de zafarse de los dientes del perro. El anciano se asusta, se levanta y dos cuerpos cubiertos en llamas lo golpean de costado.
La mamá pájaro y los tres pichoncitos caen y caen y caen y caen hasta que impactan contra un gran charco de barro, salvándose de pedo. El perro se quema la cola con el fuego y sale corriendo, dejando la mitad del gato sobre la vereda. Los dos ancianos y el hombre caen a la tierra y el impulso los hace girar, apagando el fuego.
El gato ve la escena y se muere.
La muerte ve todo el quilombo, que se armó en dos segundos y medio, como se solucionó y de la calentura, pega una patada a un poste, pero al menos se va a llevar al gato, por lo que no bajó al pedo.
El gato siente el contacto de la muerte y abre los ojos.
- Esperá un cacho. – Le dice el gato a la parca en idioma felino y como la parca habla de todo, lo entiende y lo espera.
El gato se arrastra hasta donde está el otro pedazo de él y se une como puede. Haciendo equilibrio se acerca hasta la parca, le roza la pierna fría con su cuerpo cercenado, pero rejuntado y cuando la muerte menos se lo espera, el gato saca de un bolsillo una tarjeta de Sacoa y se la pasa por el culo.
- Me quedan seis créditos, ahora. – Anuncia el gato, que ve como su herida sana y como su movimiento vuelve a ser el de antes.
La muerte ve a todos los sobrevivientes y lanza una puteada, luego se va a la casa, cuelga la túnica, deja la guadaña sobre el ropero, para que los chicos no jueguen ni se corten y se sienta en la mesa de la cocina.
- ¿Cómo te fue hoy? – le pregunta la mujer, mientras le pasa un mate.
La muerte agarra el mate, le da una chupada fuerte y se mete un bizcochito de grasa en la boca.
- Fue un día de mierda. – Responde la parca, que como todo el mundo se encuentra atascado en un trabajo desagradable, por un sueldo que no alcanza, con clientes exigentes y un jefe que no sólo cree saberlo todo sino, que es omnisciente.
19/1/09
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Pensé ¿Habrá algo nuevo en Quequilandia? Los efectos narcóticos de la realidad habrán generado nuevas quequilandeses? Pues sí, jejeje y qué graciosas que resultaron. que bueno el formato del blog.Seguí pa delante y metele que son pastele (con tereré por la calor me imagino) chab
Gracias, se hace lo que se puede... para cuando tu blog, Chab?
Publicar un comentario